viernes, 6 de junio de 2014

Vets drive like animals

Así rezaba un adhesivo para coche que se vendía en el bar de mi facultad en mi época de estudiante. Y si seguís leyendo este post entenderéis porqué ha venido a mi memoria.

Imaginad un cachorro, de 1,5 meses, a medio destetar y empezando a descubrir un mundo de sabores y texturas. Llega a la consulta de urgencia tras 4 días de sufrir diarrea. Lo primero que posiblemente os preguntaréis es: ¿Por qué esperas 4 días para llevarle al veterinario? ¡Es un cachorro! Bien, pregunta equivocada, hace 2 días ha sido visitado por un compañero.

Si conocéis algo del mundo de la veterinaria seguramente ya os habrán pasado por la cabeza un sinfín de probables causas de diarrea en un perro: parásitos intestinales (alguno, de los innumerables que existen), cambio brusco de dieta, hipersensibilidad a algún nutriente, intolerancia alimentaria, gastroenteritis vírica (todos conocemos el temido parvovirus, coronavirus, rotavirus o incluso el moquillo) o bacteriana (Salmonella, Campylobacter, E. Coli), cuerpo extraño, algunos fármacos (antibióticos, antiinflamatorios, antifúngicos, modificadores de la motilidad intestinal, laxantes), neoplasias, enfermedades inflamatorias intestinales varias, invaginaciones, insuficiencia pancreática y múltiples enfermedades sistémicas.

El colega que le visitó anteriormente no encontró signos de enfermedad y le recomendó suero oral para evitar la deshidratación y un probiótico para regenerar la flora bacteriana intestinal. Pero han pasado dos días, el cachorro sigue siendo cachorro y la diarrea, lejos de remitir, ha empeorado, apareciendo restos de sangre fresca. De modo que os llega en horario de urgencia. ¿Cual es el siguiente paso? Una exploración completa para comprobar que la diarrea no está asociada a ningún otro signo de enfermedad sistémica.

Porque todos sabemos que la diarrea es la consecuencia de una enfermedad digestiva primaria o procesos sistémicos que afectan secundariamente al tubo digestivo. Que puede ser un proceso agudo o crónico, y puede curarse espontáneamente o poner en peligro la vida del paciente. Pues bien, el segundo profesional decide, en base a su experiencia y la exploración del cachorro, que debe estar en observación y ser revisado por su veterinario habitual.

Y os preguntaréis si le han realizado un examen coprológico (estudio de las heces) y la respuesta es no. ¿Un análisis de sangre? No. ¿Una radiografía? No. ¿Una ecografía? No. ¿Un coprocultivo (cultivo de heces)? No.

Yo también me lo pregunto. Y más considerando que no es un cachorro (o si...) si no un bebé de un año y 10 kilos de peso, que fue examinado por un pediatra del turno de urgencias de un hospital de renombre de la sanidad privada, mientras yo estaba en la sala de espera aguardando mi turno porque Martina tenía un cuadro febril que no remitía.

No hay comentarios: