viernes, 12 de octubre de 2018

Coles de Bruselas

Corría 1995, cursaba segundo curso de carrera, en la Facultat de Veterinària de la Universitat Autònoma de Barcelona. Tuve una asignatura que se llamaba Economia Agraria, pretendían explicarme la ley de la oferta y la demanda y acercarme al mundo económico y empresarial, recuerdo que en vez de bitcoins me hablaban en términos de coles de Bruselas. Me costó 4 convocatorias aprobarla. Llegué a odiar esa asignatura.


Supongo que ese mal conocimiento me llevó a tener que cerrar mi propia empresa con pérdidas importantes en 2010 tras haberla abierto en 2003 y haberme mudado a un local mayor y mejor equipado en 2007.
Ese supuesto "fracaso" (lo escribo entre comillas y con un supuesto delante porque jamás he pensado que una experiencia mala o equivocada signifique un fracaso, a pesar de que muchas opiniones sean contrarias, ya que bien gestionado se convierte en una experiencia y un aprendizaje. Ya lo decía Thomas A. Edison en su cita: "No he fracasado. He encontrado 10000 formas que no funcionan") me llevó a evitar plantearme volver a ser mi propia jefa y me condujo a un periplo personal y profesional, que la mayoría ya conocéis:
- seleccionar mis cosas y recuerdos de 35 años y meterlas en dos grandes bolsas de viaje
- dejar atrás la casa de mis sueños, de color y olor madera, para dirigirme a un destino incierto pero emocionante
- trasladarme con un Nissan Almera blanco sin embrague a Madrid, donde me esperaba el hombre más maravilloso que he conocido y que me ha brindado la oportunidad de crear una familia
- conocer una variedad de personas, compañeros, mala gente y aprender a seleccionarlos (una vez más)
- adaptarme a trabajar a las órdenes de una persona tirana, otra mediocre, otra bipolar, otra insegura y soportar el acoso sexual de alguien que consiguió mermar mi autoestima y mi felicidad de forma transitoria y reversible
Y seguir andando, porque uno no consigue nada soñando sino haciendo.

















Cada vez que he cambiado de trabajo he entrado en una espiral de sentimientos entre los que se mezclan el miedo, la ilusión, la incertidumbre, la duda, las ganas de agradar y la competencia.
En 2015 entré a formar parte de algo grande, compacto, firme y con un liderazgo claro. Vi clara la diferencia entre un jefe y un líder en esa empresa, ya que, como dice Sam Walton, "Los líderes destacados van por el camino subiendo la autoestima de sus empleados. Cuando las personas creen en sí mismas, es increíble lo que son capaces de lograr". Era mi sitio. Era el sitio.



Llevo en esa misma clínica desde entonces y me siento integrada, agradecida y valorada. Pero desde hace unos días he vuelto a recordar esas clases que tan poco me agradaban donde me hablaban de coles de Bruselas para intentar hacerme entender los activos, los valores muebles e inmuebles y las amortizaciones.




Para mi (y para Seth Godin), tal vez equivocadamente, "Las personas no son su currículum, sino su trabajo" y ese trabajo es el que te abre puertas, te hace feliz y te permite amanecer con ganas de seguir esforzándote. Pero creo que debí saltarme alguna de esas clases, porque en esta empresa donde paso la mayor parte de mi día, donde he seguido formándome y donde recibo una recompensa económica a mi vocación, se ha cerrado una puerta. De golpe. Dando un portazo. Y se ha disfrazado de oportunidad con un traje que no es de su medida. Una buena compañera, ambiciosa, empática, colaboradora, honesta y con un futuro profesional muy prometedor se ha tenido que ir porque no hay coles para todos.
Y, siguiendo el ejemplo de mi profesor de Economía Agraria, se han quedado las acelgas.

"Solo hay algo peor que formar a tus empleados y que se vayan... no formarlos y que se queden"
Henry Ford



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