miércoles, 17 de septiembre de 2014

Una madre jamás se rinde


Ser madre es duro. Eso dicen. Yo creo que no. Ser madre es lo mejor que me ha pasado en la vida, junto a Carlos. Me sería muy difícil escoger entre ambos, no concibo la vida sin uno de ellos. Somos uno en todo. No soy sin ellos.

No puedo dejar de ser madre. Ni quiero. Ni pienso hacerlo jamás. Pero parece que si que puedo dejar de ser veterinaria. La elección es muy fácil, si me obligan. Escoger no significa renunciar. Carlos ya no era negociable. Martina tampoco lo es.


Hoy he recibido la negativa a la incorporación en un hospital veterinario de referencia de Madrid, tras una entrevista distendida y prometedora, realizada la semana pasada. Mi currículum les impresionó. Mi trayectoria profesional les gustó. Mi formación académica cuajaba con sus necesidades. Mi presencia les agradó. Mi carácter extrovertido y conciliador les cautivó. Hasta que preguntaron si tenía familia, si era madre y qué edad tenía mi bebé. Las sonrisas y los gestos de aprobación se convirtieron en una mueca que me costaría describir porque no transmitían nada. Silencio, tal vez.

Somos mujeres. Somos madres. Y reclamamos nuestro derecho a un trabajo digno que nos permita cuidar de nuestra familia como deseamos y nos merecemos. Pero estamos muy lejos de una conciliación laboral real. Nuestras bajas maternales nos obligan a dejar a nuestros hijos al cargo de una persona cercana (en el mejor de los casos) o de un completo desconocido al que pagamos para que viva al lado de nuestro bebé su primera sonrisa, paso o palabra. O nos obliga a renunciar a una profesión que suele gustarnos, por la que hemos luchado y que no nos cuesta dejar a un lado, porque ser madre es eso y mucho más.


Soy veterinaria. He sido mi propia jefa, levantando una clínica desde el comienzo, estudiando casos, atendiendo urgencias, fidelizando clientes, sonriendo cuando no tenía ganas, invirtiendo mucho tiempo sin sueldo, implicando a mi familia en un remolino de proveedores, comerciales, gestores, facturas, nóminas, personal a cargo y gastos sin fin. He soportado en mis espadas créditos personales de tedioso pago mensual, aún cuando ya no tenía mi empresa, porque soy responsable y cumplo con mis obligaciones. Pero ahora soy madre. Y todo ese esfuerzo, que ha valido la pena, te duele cuando te recuerdan que debes elegir. No debo. No quiero. Y no lo haré.

Supongo que en algún lugar habrá un trabajo para mi. Para mi ahora, quiero decir. Para mi, que soy madre ante todo y ante todos. Para mi, que no quiero renunciar a vivir las mañanas con Carlos y Martina, a llevarla a la guardería, y sobretodo a recogerla, a sus meriendas donde los tres compartimos risas y manchas, a nuestros paseos, a la hora del baño, a sus juegos y descubrimientos, a hacer la cena en familia en el calor de la cocina. Todo eso no da de comer ni paga el alquiler, es cierto. Pero todo eso da felicidad. Y al fin y al cabo, se trata de ser feliz.


No hay comentarios: