domingo, 17 de mayo de 2020

Antes y ahora

Llevo días dándole vueltas a un montón de pensamientos, algunos desordenados, otros inconexos, sobre mi, ya larga, trayectoria profesional.
Empecé siendo muy pequeña, muy joven, muy inexperta y muy ambiciosa. Algunas de aquellas primeras cualidades han cambiado, otras no. Trabajé duro para aprender, y lo conseguí, de hecho, lo sigo consiguiendo.
Pero hay cosas y recuerdos que te retienen.
Una de mis primeras clientes en aquel Mascota-House reconvertido en Vet-House aún en obras, fue Eva con su gata azul Bruna. Ambas era frágiles, y creo que yo también. No recuerdo exactamente para qué vinieron, pero se que aquello fue un comienzo, de mi vida independiente como veterinaria, y de una amistad que hace escasos días se ha despertado de un largo letargo. Eva es una persona de las que cuando llegan, se quedan. No importa la distancia ni el tiempo incomunicado. Una mañana, o una noche cualquiera, suena un clic en el móvil y ahí está, perdida como aquel primer día con su gata azul Bruna, solo que esta vez es su perra dorada Duna. Dudas, miedos y la necesidad de una palabra amiga, y ese clic se transforma en una llamada, risas, y un montón de viejos recuerdos afloran de nuevo al presente.
Y pensando en maravillosos recuerdos como este, me ha venido a la cabeza la evolución que he sufrido desde que inicié mis pasos en Premià de Mar, donde conocí a Neus, quien también ha vuelto a mi vida de una forma virtual muy cercana. Seguí en Vic, en una época muy extenuante pero muy feliz. Volví a Alella en un corto tiempo en el que creí morir por dentro y Vic me rescató de nuevo de ese abismo. Compaginé tiempos limitados en Esparreguerra, donde conocí a alguien que por suerte he olvidado, y Mataró, donde Vicent ha dejado una huella tan profunda en mi que ha seguido muy presente en todas mis vidas.
Anidé en Vic, me enraicé y me dejé envolver por la espesa niebla y rescatar por una bonita familia. Gracias Èric, Mo y Enric. Ahí empecé (y acabé) algunos de los proyectos más raros y divertidos de mi vida. Trabajé con una persona que hizo las veces de auxiliar, dependienta, administrativa y peluquera, desde el primero al último día, sin fallarme nunca, eres tú: Silvia. Compartí tiempo de calidad con alguien sin una formación específica pero a quien contrató Coco, la cacatúa, con un ojo que sería la envidia de cualquier coach actual: Elvira, y su familia, llegó como una amiga, una ayudante, una anestesista, una enfermera, una cuidadora, una matrona y todo lo que podáis imaginar.
Vic también me trajo a Carles, Alba, Ana, Uli, Maite, Irene, Alba y Gerard, Aleksandra, Anna, Eva, Beatriz y Jaume, Edu, Isa, Elisa, Laura, Nuria, Sara, Rosana, Susana, Teresa, Jessi, Vane... y seguro que me dejo a muchos. Perdonadme si es así, lo siento, es la edad, no es olvido.
Y en esos años, trabajé casi en soledad, sin dejar de estudiar, preguntar a compañeros, dudar, llevarme casos a casa y no dormir por ellos... buscando ese equipo añorado que aún persigo.
Y en esos años he cambiado mi forma de trabajar, he fallado y he acertado, he evolucionado, pero nunca me he rendido, y sigo en mi empeño de no hacerlo. Pasé de curar todo con antibiótico y cortisona a intentar diagnosticar antes de tratar. Y realmente creo que esa es la manera de trabajar.

Hace años que no uso los córticos retard para los picores...



Ni la proligestona para suprimir celos...



Ni doy calcio para los huesos de las razas gigantes...



Ni anestesio con xilacina o pentobarbital...




Ni desinfecto con Mercromina...



Ni eutanasio con agentes paralizantes o inadecuados para ese uso...



Podemos hacer mejor las cosas. Debemos. Somos y hacemos medicina.

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