domingo, 6 de septiembre de 2020

Un mundo estéril

Siempre hemos oído que somos un 80% agua. Pero no somos sólo eso: somos genoma, metaboloma, microbioma, biofluídos y un sinfín de palabras biensonantes que la mayoría de neoanalfabetos científicos no entienden pero han incorporado a su “nueva normalidad”. 

La “normalidad” es muy subjetiva. 
Para algunos la normalidad es toser en un brazo (que luego no se lavan). Para otros en andar dándose codazos. Para la mayoría es obedecer directrices de expertos virtuales. Para los más pudientes es vivir en una burbuja. Para los que no se la pueden pagar es inventársela. 





Somos humanos. Y afortunadamente no somos estériles. Un mundo estéril no es seguro. Ni física ni emocionalmente. Los microorganismos con los que convivimos nos permiten respirar, comer, crecer, repararnos... nos permiten vivir. 
No voy a dar un discurso, no soy nadie y me faltan conocimientos. 

No voy a juzgar lo que hacen algunas, muchas, demasiadas, personas. Cada uno conoce su situación y sus circunstancias. Estas son las mías: la madrugada del 11 de marzo Carlos se pasó toda la noche en vela y en vilo porque no me oía respirar. El 12 de marzo me dieron una baja laboral sin diagnóstico ni tratamiento pero con una amenaza: “enhorabuena, tiene usted el SARS-Cov2” y debía quedarme en casa encerrada y separada de mis familiares sin compartir cubiertos, sábanas, baño, aire ni techo. 
No hay problema, me instalaría en el búnker que tengo preparado en mi mansión, que para algo lo tengo, como la mayoría de ciudadanos. 





Varios días maldurmiendo en un sofá, fiebrones, ojeras y temblores, Martina preguntando a su padre cada noche si iba a morirme, turnos para comer, cubiertos marcados, estropajos diferentes para la vajilla, manos ensangrentadas por el excesivo uso de lejía para destripar todas las superficies de los muebles, una única mascarilla quirúrgica para varios días porque en las farmacias no había, multitud de síntomas variados, aluvión de miedos televisivos... 




Pero nada de eso me asustaba porque yo estaba en mi búnker... que duró 4 días. Tras 4 intensos días todos necesitábamos contacto físico. Soy de abrazar. Ese gesto me gusta, me anima y me da vida. Necesitaba leer el cuento a Martina y arroparla cada noche. Pintar arco iris con ella y decirle que todo iba a salir bien, aunque supiera que no sería así. Necesitaba dormirme -y despertarme- en los brazos de Carlos. 





Las llamadas telefónicas que recibíamos diariamente del ambulatorio nos acompañaban en la ignorancia y la incertidumbre. Nadie sabía nada y la tele era un monstruo de miedo y muerte. Y tras los 4 días llegó la primera semana, y mi saturación de oxígeno a ras del 91%, con la amenaza del traslado hospitalario si bajaba al 90. Y llegaron los 10 días, y llegó el antibiótico, y la tan temida hidroxicloroquina. Me automediqué (que los veterinarios somos muy de ello porque a pesar de no considerarnos sanitarios sabemos bastante del tema) e hice lo que mi sentido común y ojo clínico me dictaba para protegerme y proteger a los míos: salí a la calle. A llenar mis maltrechos pulmones de vida (y microorganismos). A respirar aire libre con la mascarilla encasquetada en mis orejas pero bajada a la barbilla. Sola, sin nadie, a pesar de la policía del visillo y sus críticas, a veces cobardes y silenciosas, y otras a gritos e insultos desde los balcones a los que luego salían a aplaudir. Y mi saturación empezó a recuperarse. 





Todo era nuevo, era raro y era una locura. Todo era exagerado y aceptado a la par. Neomédicos de facebook y periodistas convertidos en los nuevos inmunólogos inventando y mintiendo sin pudor. Políticos sin formación sanitaria (ni política) legislando burradas a golpe de decretazo. 
Confinamientos, turnos de horarios, toques de queda... salir a sacar la basura era toda una aventura! 
Dónde ha quedado la lógica y el sentido común? No se trata de burbujas, de distancias ni tan siquiera de mascarillas. Se trata de vivir y convivir. Hay que proteger y ayudar a los que queremos. Hay que cuidarles, aunque eso suponga exponerse. Como se expuso Carlos al cuidarme a mi. Como se exponen los sanitarios de verdad para cuidarnos a todos. Pero sobretodo hay que cuidarse a uno mismo, y eso no es sinónimo de encerrarse. Si tú eres de riesgo protégete, aíslate, confínate, pero no me obligues a mi. La esterilidad no protege. No sirve de nada la histeria. Nos venden miedo y muchos lo compran. Yo no. Me llamarán negacionista por esto, y la verdad, tras ser tildada de fascista, racista, homófoba, clasista y otras lindezas me la trae al pairo el siguiente título que me cuelguen. 





Que nadie olvide que todos hemos perdido algo por el camino: vidas, matrimonios, empresas, tiempo, memoria, sueldo, confianza, el pelo, la libertad, la cordura y hasta algunas neuronas...