Si yo quisiera adoptar un animal y tuviera que someterme a un interrogatorio de tercer grado, un pre-seguimiento, una selección digna de un puesto de directivo de multinacional, y un post-seguimiento que implicara la visita de uno o varios desconocidos a mi casa, y no una, sino múltiples veces, teniendo que aguantar sus sugerencias sobre las instalaciones, la seguridad, la presencia o no de mosquiteras, el espacio y mis hábitos de vida... se me quitaban las ganas.
Nadie me hizo tal espionaje cuando decidí ser madre.
¿Por qué debo soportar que alguien que no me conoce ni sabe nada de mi (y ni sabrá jamás porque no es amigo, ni conocido, ni posiblemente saludado) decida si soy apta para hacerme cargo de un animal? ¿De verdad no tiene más trabajo que juzgar el tiempo que yo puedo dedicar a atender a mi animal de compañía? ¿Como, y en función de qué se supone que se me cualifica? ¿Qué formación tiene para decidir mi aptitud? ¿Cobra por ello?
Soy veterinaria, me encanta mi trabajo y vivo de él. Cobro de él. Y pienso seguir haciéndolo. Ayudo en todo lo que quiero, que no es lo mismo que todo lo que puedo, porque eso implica una obligación que no deseo tener. Y sobretodo que no deseo tener con cualquiera, con aquél que se cree con derecho a algo por pensarse mejor que los que no hacen lo mismo que él. Porque salvar a un animal no es recogerle de la calle y encomendárselo a otro, porque tú ya has hecho tu parte. No majo, tu parte es toda, no el trozo fácil. Y desde luego, tu parte es hacer lo que quieras y asumir las consecuencias de esa decisión, sin juzgar ni culpabilizar a los que no la comparten.