domingo, 25 de mayo de 2014

Con otros ojos

El 2 de septiembre de 1999 hice mi último examen de la carrera: traumatología. Tal vez por ser el último, el que puso la mancha en un expediente extraordinario en quinto curso, de 21 asignaturas aprobadas, 20 de ellas en primera convocatoria, agotando la totalidad de créditos permitidos por año; fue mi cruz. Una losa que había que estudiar pero una especialidad que nunca he disfrutado.

Mi vida era la oftalmología. Una asignatura de 3 créditos y un semestre, que me supo a poco. Tras un aprobado pelado en traumatología y mi título de licenciada bajo el brazo, decidí que quería ser oftalmóloga. El mes de febrero del 2000 empecé la Diplomatura de Posgrado en Patología y Cirugía Ocular, donde conocí a mi futura primera jefa y la culpable de que tan solo unos meses después mi vida personal y profesional transcurriera en Vic. Aún recuerdo el innombrable número de horas al día, a la semana, al mes, que trabajábamos, la exclusiva dedicación e implicación hasta la saciedad en un proyecto empresarial que nunca fue mío, y no tardaron en recordármelo, la alegría y orgullo al escuchar a los clientes llamar a la empresa la ¨clínica de las Martas¨, el sentimiento de tristeza al leer accidentalmente en una inoportuna pantalla de ordenador abierta un correo electrónico donde se me calificaba de ¨esclava¨, las pérdidas personales que ese trabajo supuso... Pero de nuevo estoy yéndome por las ramas, y esta es otra historia que os contaré en otro momento.

Así fue como me hice oftalmóloga. 14 años después siguen fascinándome los ojos. No porque vea auras ni cosas parecidas, sino porque los ojos son uno de los órganos más completos, funcionales, representativos y de organización más compleja de todo el organismo. Me gusta estudiarlos, de cerca y de lejos, perderme en ellos, ampliarlos, fotografiarlos, aprender de ellos. Intento no caer en el frecuente error del especialista de no ver a mi paciente en su conjunto. Hay un perro, un gato, un hurón, un loro o un lagarto, tras ese ojo que me pide que lo explore. Pero ese ojo es una recompensa para mi, en el que suelo deleitarme como el que está a régimen se deleita con una copa de helado el día que se lo salta.

Y aunque no soy un nombre conocido en el mundo de la veterinaria, ni tampoco en el de la oftalmología, me siento orgullosa de mi lucha y mi esfuerzo, del reconocimiento y el agradecimiento de todos mis pacientes y clientes, a la mayoría de los cuales guardo como amigos en el recuerdo de vidas pasadas o presentes. A todos ellos les debo yo más de lo que ellos pueden deberme a mi, porque tal vez he eliminado un tumor, he curado una perforación ocular o he operado una malformación congénita, es posible que algunos de ellos sigan observando la vida a través de mis manos, pero todos me han entregado su confianza y me han dado la oportunidad de ser mejor oftalmóloga, veterinaria, y evidentemente, persona.

miércoles, 21 de mayo de 2014

Madre coraje

Antes de entrar en materia, compartiendo con vosotros casos clínicos interesantes, curiosos, extraños o simplemente divulgativos, quiero contaros porque estoy aquí, en un blog.

El día 31 de diciembre de 2010, tras 7 años siendo mi propia jefa en mi clínica de Vic (Barcelona), y recién cumplidos los 36 años, me mudé a Madrid, ciudad a la que cariñosamente llamo MadriT, por la entonación que le dan mis raíces catalanas.

He estado poco más de 3 años, trabajando por cuenta ajena, generando mi propia cartera de clientes fieles y dejando una estela de calidad humana y profesional (aún a riesgo de parecer pedante, así es) en 3 centros veterinarios, de los que me llevo experiencias, conocimientos (nunca deja uno de aprender, incluso de los mediocres) y buenos compañeros.

El día 4 de diciembre de 2013 nació nuestra primera hija, una princesa de ojos azules y sonrisa perenne, por la que el mundo cambió la dirección de su eje. Al menos para mi. Martina es, y será, mi razón y mi motivo. El fruto de mi inmenso amor por Carlos y la principal causa de mi decisión: dejar el trabajo. Un trabajo que nos robaba horas de estar juntos, de compartir y de vivir. Noches de guardias presenciales, horas de sueño, teléfonos encendidos en la mesilla, madrugadas de quirófano, festivos en soledad, kilómetros recorridos, esfuerzo sin agradecimiento. Tiempo que pasaba sin recompensa. Porque el dinero, al fin y al cabo, sólo es dinero. Carlos y Martina, en cambio, lo son todo. A veces mis silencios se han llenado de dudas, pero la respuesta siempre es la misma. Mi formación, mi experiencia, se mantiene mientras no me rinda. El tiempo pasa y los libros siguen, los cursos se renuevan y el conocimiento perdura. Pero Martina crece. Y descubrir el mundo a través de su mirada curiosa es un gran regalo que la vida nos ha dado.

Vet-House nunca se ha ido de mi, ni yo de él. Y ahora quiero compartir con vosotros mis vivencias. Porque del mismo modo que nunca se fue del todo, tampoco la Madre hará tanta sombra a la Veterinaria como para apagar su luz.

lunes, 19 de mayo de 2014

Presentación




Me llamo Marta.
Soy Veterinaria. Lo pongo en mayúsculas porque veterinario uno nace, no se hace. Al menos yo.
Nunca quise ser astronauta, ni modelo, ni policía. Solo veterinaria. Y lo conseguí.

Ahora me he embarcado en algo tremendamente complejo: poner palabras a lo que siento cuando trabajo. Creo que sólo quién me ha visto trabajar sabe a qué me refiero.

La veterinaria es una ciencia, una disciplina médica que implica la constante formación y reciclaje. Pero en realidad la veterinaria es un modo de vida.

Hasta los 22 años no tuve mi primer perro en casa: Jackie, de la que ya os hablaré otro día, aunque no faltaron los perros de infancia recogidos  y mantenidos de cualquier manera con los que compartía mis meriendas, porque si no los cuidaba yo, no lo haría nadie más en el mundo. Y hámsters, gorriones, lagartijas de todos los colores, ratoncitos, gusanos de seda, mariposas y escarabajos peloteros. Más tarde desarrollé una fobia patológica a todo tipo de insecto semejante a una cucaracha, que también os contaré otro día.

La veterinaria me ha acompañado, de un modo u otro, durante todo lo que llevo de vida. Pienso desconfiadamente de alguien cuando no se muestra afable con los animales, y normalmente acierto. No han faltado mordiscos ni arañazos en mi cuerpo, pero se lleva como se llevan otras cicatrices de historias vividas, que se muestran con orgullo y sonrisas.

Esta es una página en blanco que acabo de empezar a escribir, desnudándome ante quién quiera leerme y conocerme un poco mejor.

Bienvenidos a mi vida como veterinaria.